19.
Ace despertó con una sensación de pesadez, sintiéndose sin aliento y con un cosquilleó debajo de la nariz. Abriendo un ojo, descubrió que un gato estaba parado en su pecho, con su dorada cola a pocas pulgadas de su rostro, la punta de su cola ocasionalmente se rozaba con sus fosas nasales.
Lucky. Ace le dio un gentil empujón al gato para sacar su trasero de su rostro, apoyando sus cuatro patas y despacio como si cargara un centenar de libras, se fue pisoteándolo hasta su vientre. Las garras se clavaron en él, haciéndole picar la piel con cada paso. Sólo entonces Ace se dio cuenta que se había apartado la colcha por la noche y que sólo estaba cubierto por el fino algodón de sus calzoncillos y la sábana de lino.
Como la mayoría de los hombres, cuando Ace se despertaba en las mañanas, por lo general tenía una erección. Hoy no era la excepción, la única diferencia era que esta vez Lucky tenía un asiento en primera fila para el espectáculo. Cuando la sábana comenzó a moverse, como por lo general lo hacía en esos momentos, el gato se lanzó hacia adelante y atacó brutalmente.
—¡Jesucristo! —Ace se agarró la entrepierna, moviéndose de un lado a otro, el gato cayó al suelo en cuatro patas—. ¡Hijo de perra!
—¿Qué? —Caitlin dio un brinco en la cama, los bombachos levantados bajo el dobladillo de su camisón igualmente levantado. Ella se giró para buscar por el cuarto, luego se giró hacia él, claramente desconcertada — ¡Qué! ¿Qué es esto?
—¡Ese maldito gato! —Ace apretaba los dientes—. ¡Me atacó!
Cuando Ace se levantó con ambas manos colocadas entre sus muslos, sus ojos se abrieron tanto como los platos para la cena. Horrorizada lo observó.
—Oh, Ace, lo siento mucho. ¿Te lastimó? —miró frenéticamente alrededor del cuarto, esta vez en busca del gato—. Estoy segura de que no quiso lastimarte. Muevo la punta de mi dedo bajo las sábanas algunas veces para que juegue. Debió haber pensado… —Ella bajó su mirada a sus partes bajas—. Oh, Dios. Debió haber pensado que estabas jugando al ratón.
¿Jugando al ratón? Ace apretó los dientes. Los ratones eran patéticos, pequeñas criaturas sin importancia.
La puerta se abrió de golpe, y Joseph entró corriendo. Se detuvo casi tambaleándose, sosteniendo su arma en una mano, lucia listo para disparar a cualquier cosa que se moviera. Después de mirar alrededor del cuarto, fijó una mirada llena de duda en Ace.
—¿Qué demonios pasó? ¿Dónde está el hijo de perra?
Caitlin de inmediato se colocó en medio de Joseph y la cama.
—No dejaré que le dispare. ¡Tendrás que dispararme primero!
Desconcertado, Joseph miró más allá de ella.
—¿Se está escondiendo bajo la cama? Miserable cobarde.
Ace poco a poco comenzó a darse cuenta de que su virilidad estaba intacta. Sintiéndose como un tonto, se quitó las manos de la entrepierna y se sentó sobre sus talones, notando que su esposa estaba mirando a su hermano como si le hubieran salido cuernos y un tercer ojo.
—No es Patrick, Joseph. El gato me atacó, eso es todo.
—¿El gato? —Repitió Joseph incrédulo—. ¡Me asustaste como un demonio! Pensé que O’Shannessy se había escabullido aquí.
—Lo siento. Lucky me tomó por sorpresa, eso fue todo. Grité sin pensar.
Caitlin se retorció las manos.
—Él no quería lastimar a nadie. En serio, no quería. Estoy seguro de que pensó que Ace estaba jugando al ratón con él. Lucky y yo lo hacemos mucho.
Joseph le lanzó una mirada general al regazo de Ace. Todo su rostro se puso de un increíble tono rojizo. Lentamente guardó su arma.
—Ya veo —dijo en un suave tono.
—Estoy bien —Ace se las arregló para usar el mismo tono—. Eso creo, de todos modos.
Por la esquina de su ojo, vio un rayo disparado de color amarillo salir de debajo de la cama y desaparecer por la puerta del dormitorio. Lucky era más inteligente de lo que Caitlin pensaba. Sabía lo suficiente como para correr como el demonio.
Ace se colocó de pie y se pasó los dedos por el cabello.
—Vamos. Sal de aquí —le dijo a su hermano—. Saldremos una vez nos vistamos.
Cuando Joseph hubo salido del cuarto y cerrado la puerta tras él, Ace fue a tomar a su esposa de los hombros. Lucia adorable en su camisón arrugado, su cabello estaba desordenado en revoltosos mechones de rizos sobre sus hombros.
—Siento haber gritado de esa manera. Creo que… —Se interrumpió, con la mirada fija en su rostro sonrojado. A menos que se equivocara, ella estaba tratando malditamente de no reírse—. ¿Qué es tan gracioso, Sra. Keegan?
Ella negó con la cabeza enérgicamente, sus rizos rebotaban.
—Nada —dijo con suavidad—. ¿Espero que, eh, Lucky no haya ocasionado un daño permanente?
—¿Es un tono esperanzador lo que oigo en tu voz?
Una risita aguda se le escapó. Ella se colocó una mano sobre la boca, con los ojos muy abiertos sobre sus dedos apretados.
—Sabes —le dijo en un fingido tono enojado —reírte de mí bajo las presentes circunstancias, probablemente no es el movimiento más inteligente que has hecho.
Su alegría al instante se evaporó. El brillo encantador de sus ojos desapareció, siendo reemplazado por una oscuridad repentina que le recordaba a las nubes de tormenta que flotan a través de un cielo de verano. Ace quiso patearse a sí mismo por echar a perder el momento.
Acariciándole con una mano el rostro, atrapó su pequeña barbilla y levantó su rostro.
—Cariño, estoy bromeando.
—¿En serio?
Ace anhelaba besar las esquinas de repente temblorosas de su boca.
—Por supuesto, estoy bromeando. No fue tan gracioso cuando sucedió, pero debo admitir que si miras hacia atrás lo es.
Se inclinó para presionar un suave beso en su frente.
—Vístase, Sra. Keegan. Creo que puedo oler el desayuno cocinándose. Los huevos de Joseph ya son muy malos cuando están calientes. Probablemente podremos ahogarnos con ellos cuando estén fríos.
Alejándose de ella, Ace agarró los pantalones de la silla. Para su consternación, la tela negra estaba cubierta con pelo amarillo de gato, una evidencia irrefutable de que Lucky había dormido sobre sus ropas la mayor parte de la noche. Conteniendo una maldición, le dio una sacudida a sus pantalones y los golpeó con las manos. El pelo voló, haciéndole cosquillas en la nariz.
Caitlin se escabulló al vestidor, el cual no tenía una puerta. Por la esquina de su ojo, la vio echarle un vistazo detrás de la pared, luego desapareció de su vista. A juzgar por los sonidos que estaban saliendo, Ace supuso que estaba vertiendo agua de la jarra a la palangana. Sorprendido de que ella confiara en él para lavarse antes de vestirse, le lanzó una mirada sorprendido, a la puerta que colgaba.
Se quedó congelado con un pie dentro del pantalón. El espejo. Una orden especial de Montgomery Ward and Company, era una espejo de cuerpo completo, colocado convenientemente al lado del armario. Caitlin inocente, estaba de pie en un ángulo, en el que se veía reflejada en el cristal de la cabeza a los pies.
Ace sabía que debía mirar a otro lado. Trató de mirar a otro lado, pero sus instintos más bajos estaban reinando momentáneamente. Su esposa se había quitado su sucia camisa, lo que de acuerdo a sus cálculos, había usado por tres días seguidos, para cambiársela por una limpia. Antes de hacerlo, se estaba lavando la parte superior con una tela húmeda. Claramente lo hacía con rapidez por miedo de que él pudiera entrometerse en su privacidad, se pasó varios golpes rápidos por sus axilas y sus pechos se movieron de arriba hacia abajo con los bruscos movimiento del lavado.
Ace había visto su parte de pechos. Tal vez más que una cuota justa. Pero nunca un par tan encantadores como los suyos. Esculpidos como dos suculentos melones, eran de un color marfil veteado impecablemente con un pálido azul, sus crestas de un rosa muy delicado que le traía a la mente el color de la crema ruborizado levemente con jugo de fresa. Estimulados por el fuerte frote del paño, las puntas se habían puesto tentadoramente erectas lo que le hizo llenar la boca de agua.
Se obligó a apartar la mirada, avergonzado de sí mismo por engañar su confianza. Algún día, esperaba que pronto, ella estaría de pie frente a él en su desnudo esplendor. Cuando lo hiciera, podría mirarla por completo. Y tocarla. Y probar su dulzura. Pero no hasta que ella fuera por su voluntad.
Su virilidad palpitaba, mientras Ace se ponía los pantalones.
Cuando Caitlin salió del cuarto, un momento después, encontró a todos los hombres de su nueva familia, incluido su esposo, reunidos alrededor de la mesa del desayuno. La camisa negra de Ace estaba aun ligeramente cubierta por pelo de gato. Junto a Joseph en el banco, Lucky estaba sentado acicalándose, con un plato vacío a su lado. Esa, con el borde de la boca manchado de blanco, colocó su vaso de leche sobre la mesa.
—A tu gato le gusta la salsa caliente en sus huevos estrellados. ¿Puedes creerlo?
Lo que Caitlin no podía creer era que la organización de sus asientos, aparentemente, había cambiado para hacer espacio a Lucky en el banco. Mientras rodeaba a Ace, quien se sentaba a la cabeza de la mesa, le echó una mirada desconcertada a Joseph.
Él la miró con una amplia sonrisa y le guiñó un ojo.
—Cualquiera que se las arregle para agarrar de las bolas a Ace es mi amigo de por vida.
Ace arrojó su servilleta en medio de un plato a medio terminar.
—Por Dios, Joseph, no puedo creer las cosas que salen de tu boca.
David y Esa se rieron. Caitlin dio una vuelta y entró en la cocina. Era eso o estallar en risas. Hasta ahora, Ace había sido muy comprensivo sobre el ataque de Lucky a sus innombrables partes, pero su actitud magnánima podría desaparecer volando si continuaba siendo el blanco de muchas bromas. Por el bien de Lucky, esperaba que el incidente fuera rápidamente olvidado.
—Sírvete lo que quieras —le dijo Joseph—. Todo está en sartenes sobre la estufa —En voz baja que ella asumió no debía escuchar, Joseph añadió en broma—. Esperemos que ningún ratón le salte de debajo de la estufa. No sin Lucky allí para protegerla. Son unos pequeños bichos peligrosos, esos ratones.
Caitlin escuchó un banco raspar contra el suelo. Ella apenas había levantado la tapa de una de las sartenes que tenía los huevos cuando Ace llegó tras ella , colocó sus grandes manos cálidamente sobre su cintura. Soltó un chillido de sorpresa y casi dejó caer el plato. Él se rio y se inclinó para mordisquear su oreja.
Después de lo que pareció un largo tiempo, al fin dejó de mordisquearla y dijo en un palpitante susurro.
—Después de una comida, a un hombre siempre le gusta un pequeño postre, sabes. No hay nada más que podría gustarme que probarte.
Caitlin se quedó inmóvil. Su nuevo esposo claramente la veía como un delicioso platillo que quería probar. Su única pregunta era, ¿cuánto tiempo esperaría antes de hacerlo?
Acariciando la curva de su cuello, lo que hizo que terminaciones nerviosas que ni sabía que tenía, comenzaran a hormiguearle, murmuró,
—Dios, hueles tan bien.
—Debes estar padeciendo un serio catarro. En realidad, estoy necesitando desesperadamente un baño.
—Traeré la bañera. Los chicos estarán afuera la mayor parte de la mañana haciendo labores.
Los chicos no eran la mayor preocupación de Caitlin. Evadiendo la boca de su marido, le dio un vistazo sobre el hombro. Su oscuro rostro, iluminado de un costado por un rayo de luz que entraba por la ventana, era tan apuesto que hacía saltar su corazón. El tono negro de su cabello, se desvanecía en suaves ondas sobre su frente. Un pulido brillo definía el puente ligeramente torcido de su nariz. Sus ojos eran del color del chocolate caliente y sus labios carnosos, pero firmes brillaban como la seda.
—¿Dónde vas a estar esta mañana? —preguntó débilmente.
—¿Dónde quieres que este?
—Muy lejos.
Sus amplios hombros se sacudieron por la risa.
—Maldición. Estaba esperando que tal vez me pidieras lavar tu espalda.
—¿No tienes un estropajo para la espalda?
Él levantó una de sus morenas manos.
—¿Ves todos estos callos? Funcionan genial.
Su corazón latió ante el pensamiento, Caitlin se giró hacia la estufa y comenzó a servirse algunos huevos. Se detuvo después de un momento, mirando la gigante porción que había echado en el plato.
—¿Nerviosa? —preguntó con suavidad.
Ella soltó un bufido y deslizó algo de los huevos dentro del sartén.
—¿Debería?
Él le dio otro mordisco en el cuello, luego dejó la cocina sin contestar. Un segundo después, escuchó la puerta principal abrirse y cerrarse. Terminó de servirse su desayuno y fue hasta la mesa. Apenas estaba sentándose cuando escuchó la puerta abrirse de nuevo. Alzó la mirada para ver a Ace cargando una enorme bañera metálica. Le guiñó un ojo por encima de la bañera y se dirigió a la cocina.
—No es sábado —dijo Esa, quejándose—. No me digas que debemos tomar un baño de nuevo.
—Sólo Caitlin —dijo Ace mientras dejaba la bañera en el suelo a plena vista de todos en el cuarto de al lado—. Le prometí a ella que todos se irían hasta el almuerzo.
David se inclinó hacia adelante y susurró discretamente.
—Asegúrate de lavarte bien las orejas, Caitlin. Ace siempre revisa.
—Las uñas, también —dijo Joseph con una sonrisa.
Caitlin esbozó una sonrisa forzada.
Antes de desnudarse para meterse a la bañera de agua caliente, Caitlin cerró todas las puertas, algo inútil si Ace tenía llaves, y suponía que así era; corrió las cortinas de las ventanas del frente, que resultaron ser torcidas tiras recortadas de viejas láminas fijadas al azar con clavos en la madera. En todo caso, sirvieron a su propósito de proteger su privacidad, sin embargo, era más de lo que podía decir de las ventanas de la cocina, que los hombres habían dejado descubiertas.
Se desvistió con la rapidez de una actriz cambiándose el disfraz tras bastidores. Se metió dentro de la bañera, el pensamiento de que alguien la estaba viendo no se alejó de su mente. Ante cada pequeño ruido, ella brincaba sobresaltada. ¿Qué pasaría si Ace entraba? Sólo el pensar que podría ser atrapada desnuda e indefensa en la bañera hacía saltar su corazón. Rápidamente se mojó a sí misma, Caitlin se puso a lavarse su cabello, haciendo el trabajo rápido con miedo de que la puerta se abriera en cualquier momento. Entonces, él pensaba que sus palmas con callos serian ideales para frotar su espalda, ¿verdad? No en esta vida.
Haciendo una mueca cuando por accidente sus dedos tocaron la herida en la sien, Caitlin recordó su torpe salida por la puerta trasera la otra noche.
Con cuidado, tocó el raspón en su hombro, satisfecha de sentir que la herida se estaba sanando bastante bien. Los más profundos en su cadera y espalda todavía estaban un poco sensibles, pero no eran tan incómodos. La insistencia de Ace porque las heridas debían ser desinfectadas la había salvado de una inflamación.
Un ligero ceño se frunció en la frente de Caitlin. De todas las heridas, el moretón en su mejilla era el que más destacaba, no era de extrañar que Ace no estuviera infiltrándose para atraparla en el baño. De hecho, ahora que lo pensaba, probablemente esa era la razón por la que aún no había insistido en que se sometiera en el lecho conyugal. Él era muy aprensivo. Él mismo lo había admitido. Si la sangre había enfriado su ardor, las costras y magulladuras, sin duda también lo hicieron.
De repente Caitlin no se sentía tan satisfecha con que todas sus heridas estuvieran sanando tan rápido. En las circunstancias actuales, las antiestéticas heridas podrían ser todo lo que la salvaran.
A pesar que el vapor del agua caliente lamía su piel, Caitlin se estremeció. Ayer por la noche, Ace la había sorprendido por completo al no hacer nada, pero ¿sería tan amable de nuevo esta noche?
Como venenosas arañas saliendo de una esquina oscura, los terribles recuerdos la asaltaron, tal como habían hecho la noche anterior. Apoyando un codo en el borde de la bañera, Caitlin se llevó una mano mojada sobre el rostro y sollozó. Nunca olvidaría esa noche. Nunca, no mientras viviera. No creía que pudiera soportar un trato similar o peor a manos de Ace Keegan. Él era un hombre mucho más grande de lo que su violador había sido y mucho más fuerte también.